Nostalgia de la buena



Hace unos años paseaba en bici por el Lago Michigan. La carretera era suave y cómoda. Las gaviotas tomaban la playa, siempre he pensado que la playa es de las gaviotas y los demás somos meros ocupas. Me dirigía hacia el faro, rojo, recibidor, acogedor. Pensaba que el camino no tenía fin, que podía ir donde quisiera, sin miedos, sin fronteras. 

Hoy me invade la nostalgia, pero no es una nostalgia dañina, de esas que te hacen encoger en la cama y te cierran los ojos de lo mucho que te pesan los párpados. Es una nostalgia distinta, que acaricia, que se acerca como un amigo que te invita a tomar un café para charlar, como las olas -pequeñas- que acarician tus pies mientras caminas por la orilla. 

Hoy me invaden los recuerdos, me tiran del pelo, me dan un toquecito en el hombro.  Vienen a decirme que no me rinda, vienen a recordarme que recordar no siempre es malo, que coja la bici, que pasee por el lago, que me dirija al faro. 


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